miércoles, 16 de octubre de 2024

Los defensores de causas justas

 Cuando el hombre advierte que lo que ha creído durante toda su existencia es una farsa, que su fe ha sido puesta al servicio de lo condenable y que ha sido engañado por instituciones que se presentan como infalibles, no le queda más recurso que aferrarse a esas ideas con una ferocidad ciega. Como quien se aferra a la última tabla de un naufragio, está dispuesto a aniquilar a quien se atreva a revelarle la verdad (a los infiltrados), tal vez por un íntimo pudor, tal vez porque la conciencia no puede soportar el vértigo de ese desengaño. Así, los aristotélicos, enfrentados al implacable ojo del telescopio, volvieron la vista hacia los viejos textos sagrados, buscando allí el refugio que la razón les negaba.

Gisela Ruiz Diaz