viernes, 11 de julio de 2014

Sucesos anacrónicos

Vie 11/07/2014, 4:35 PM. El siguiente relato ocurrió en la estación de José Marmol, me encontraba allí por razones cotidianas ( miento, bajé desesperadamente del colectivo porque algo me llamó la atención). Una torre redonda de unos 6 metros de diámetro tan expuesta que se ocultaba perfectamente de la atención de los hombres. Me acerqué disimuladamente porque un hombre de edad adulta parecía vigilar el lugar. Fingí que miraba unas revistas en el puesto de diarios a unos metros,  mientras miraba de reojo. Luego tomé ánimos y me acerqué al pseudoanciano balbuceando como si estuviera nerviosa -que hay aca? Se puede entrar? - a lo que el hombre sonriendo me contestó -si... falta poco para que se termine el mun...- (acá creí que era un loco anunciando el fin del mundo, al cual vergonzosamente iba a creer, ya que todo me parece una señal) pero terminó su frase con -mundial.- ( me sentí tan estúpida).
Luego de terminar esa breve charla simpática y protocolar, procedí a adentrarme en esa curiosa especie de glorieta cerrada. Una vez adentro me llamó la atención que tuviera tres puertas, además de la que use para entrar, pero era absurdo, ya que sólo darían al exterior.  El techo era como una cúpula que me hacía pensar en esas iglesias antiguas que son remodeladas constantemente,  el color era "blanco vivo" como pintado recientemente,  no como esas paredes blancas tocadas por niños de manos pegajosas como uno está acostumbrado a ver.
Decidí abrir la primer puerta,  de aspecto rústico pero moderno, y me encontré con una (voy a llamarlo "escena" ya que no sé cómo definirlo), un hombre llegando a su casa y mirando su reloj que daban las 10:58, reloj pulsera y digital. Cerré la puerta con tranquilidad como si todo fuera normal.
Abri la segunda puerta, me encontré con una escena más compleja. Un muchacho que cumplía años y su hermana, contando que tenian como costumbre ritual festejar el cumpleaños de una manera particular,  ella se ponía su vestido de novia y luego ambos se ponían a jugar en el barro. Así lo contaban y mientras uno podía ver las imágenes de tales anécdotas. Cerré la puerta.
Abri la tercera. Dos personas en la habitación de una casa que no era de ellos,  comiendo de un improvisado banquete. En la habitación contigua, una mujer (dueña de la casa) llorando escondida por la presencia de esos, al parecer,  inesperados huéspedes.  La habitación en la que lloraba la mujer era muy hermosa, un cuarto pequeño y sencillo pero con una excelente decoración,  la cama tenía un cobertor de una tela similar a satén blanco.  Del otro lado los huéspedes discuten brevemente, disolviendose tal discusión con el desinterés de uno de ellos. Luego entran dos personas más... pero ahi sentí que estaba transcurriendo demasiado tiempo y debia volver a casa.
Cerré la puerta. Sali del lugar esperando que  cayera sobre mi la noche oscura. Sin embargo el sol era más radiante que antes. El pseudoanciano estaba ausente,  tanto que parecía no haber existido nunca.
Tome el colectivo y volví a casa... eran las 3 de la tarde,  llegué antes. Me recosté pensando cómo haría para contar esta historia sin parecer que habia perdido la razón, y decidí contarlo como una de mis tantas ficciones... preferir por precavida seguir siendo una simple rosarina que ostenta el título de alquimista.


Gisela Ruiz Díaz

NO LEER

Decidí no hablar de las mismas cosas de siempre, a pesar de que tal ejercicio me obliga a aumentar mis recursos lingüísticos a fin de convencer al vulgo de que se trata de cosas diferentes.  No obstante,  alguno podrá percibir una tendencia al metalenguaje inclinándose a proyectar indirectamente el objeto,  del cual si no tuviera intenciones de hablar,  no ejecutaría toda esta declaración.
Por el momento temo hacer un giro brusco y pretendo ingenuamente alejar al lector de los párrafos anteriores con sutileza y seducción hacia otro tema.
Para este menester debería demostrar convicción respecto al tema que he de tratar con posterioridad,  e irme adentrando disimuladamente a partir de ahora al mismo, sin que el lector sea consciente de ello y que vaya olvidando todo lo anterior,  buscando como animal cegado por sus instintos la resolución de este escrito.
A medida que pasan los segundos me doy cuenta que debo apresurarme, que estoy tardando demasiado en presentar el tema principal.  Tanto, que el tema principal ahora comienza a ser otro.
Por lo tanto prefiero desechar este texto y comenzar nuevamente.  Hasta aquí la lectura fue inútil.

Gisela Ruiz Díaz